SER PADRES

Los objetivos conseguidos por la pareja, en el primer tramo de la creación de una familia van a sufrir un cambio en el momento de nacer el primer hijo.

Ser padres no es sólo un hecho biológico, sino que encierra todo un mundo de emociones. Sin embargo, esta realidad no es vivida igual por el hombre que por la mujer. En primer lugar, la mujer tiene evidencia inmediata de lo que es “ser madre”, pero el hombre no lo percibe en su biología. El paso de pareja a trío, la mujer lo inicia al percibirse embarazada, mientras que el hombre lo percibe más tarde.

El convertirse en padre o madre, exige un cambio bastante fuerte en cuanto a las metas individuales y de pareja. Aparecen nuevas funciones y aparecen nuevas necesidades en la pareja, además con el riesgo que tiene el afrontar nuevas responsabilidades sobre las que no se tiene experiencia vivida, y para las que poco valen otras experiencias del pasado.

Muchas veces aparecen conflictos o dificultades por culpa de no saber distinguir y separar las funciones parentales (del padre y de la madre) de las conyugales. Un problema muy frecuente es el que aparece en el momento en el que la presencia de un hijo se convierte en una amenaza para la satisfacción de las necesidades afectivas de cualquiera de los miembros de la pareja; se teme perder el afecto del otro por el acaparamiento que provoca el recién nacido (el padre piensa que la mujer puede dejar de ser tan buena esposa al convertirse en madre; la madre, por su parte, siente la amenaza de que el padre se vuelque con el hijo, con la pérdida de apoyo y afecto hacia ella, la cual, insatisfecha o en cierto modo frustrada, se refugia en su maternidad, se vuelca con el hijo y encuentra en él una gran fuente de compensaciones).

Este fenómeno no es tan frecuente en la realidad, aunque casi todas las parejas lo viven a nivel fantasmático. Pero muchas veces se plantea una verdadera crisis, que necesita de ayuda y orientación para salir adelante. Y la verdad es que para el orientador es algo muy útil, ya que, cuando sucede realmente, es un buen índice de que “algo” no funcionaba con anterioridad al nacimiento del hijo.

Porque algo muy importante a tener en cuenta es que el nacimiento del hijo no es la causa del distanciamiento entre el marido y la mujer; tal distanciamiento (o decepción, frustración, carencia afectiva, insatisfacción sexual, desapego emocional, falta de valoración, etc.) ya existía. La aparición del hijo es quizás lo que desencadena la descompensación (como lo que pasa en la orilla del mar cuando baja la marea…la marea no es la responsable de las rocas que aparecen en la playa, como máximo, la marea es la que nos permite ver algo que ya estaba allí, aunque oculto). Igualmente el hijo no es el responsable del enfriamiento o conflicto, sino que nos permite ver algo que ya estaba ahí y no había aparecido.

Esta actitud emocional aparece por una falta de perspectiva al observar el problema, ya que la maternidad y la paternidad son un tipo de amor, que NO es de la misma calidad que el amor conyugal que se ve amenazado. El amor al hijo es distinto al amor a la pareja. Y aunque fueran iguales (que no lo son), con dar amor a cualquiera de los miembros del triángulo, no se quita nada al otro, porque el amor no se gasta porque al otro se le dé cuanto necesite, ni es algo material que al repartirlo va disminuyendo de cantidad.
Gloria Martí Cholbi