La educación se ha centrado tradicionalmente en el desarrollo cognitivo, con un olvido generalizado de la dimensión emocional, pero la inteligencia no es sólo razón, memoria y cálculo. ¿De qué servirá tener un alto CI, tener la cabeza llena de conocimientos y datos, etc., si luego no sabemos utilizarlos adecuadamente, comportarnos, relacionarnos con los demás?.
De este modo, la educación, que debe orientarse al pleno desarrollo de la personalidad del alumno, debe complementar el desarrollo cognitivo con el desarrollo emocional.
La Inteligencia Emocional está cobrando mucha relevancia social, se está poniendo muy “de moda”, al constatarse en varias y diferentes investigaciones que el éxito personal y profesional no depende del CI (cociente intelectual), ni de las destrezas lingüísticas, ni de las destrezas lógico-matemáticas, etc. (al menos no sólo de esto), sino, en gran medida, de la capacidad para saber regular y utilizar tanto las propias emociones como las de los demás.
Por ejemplo, en el mundo laboral, es muy posible que el CI determine a qué tipo de profesión podemos optar, pero el éxito en la misma dependerá de la Inteligencia Emocional.
Ni el CI ni el rendimiento académico son buenos predictores de la productividad en el trabajo, ya que no dicen nada de cómo un joven es capaz de reaccionar ante las vicisitudes de la vida. Entonces la Inteligencia Emocional es una especie de “meta – habilidad”, que determina en qué medida podremos utilizar correctamente otras habilidades que tenemos, incluida la inteligencia racional.
La inteligencia emocional es básicamente, la capacidad para reconocer, comprender y regular nuestras emociones y las de los demás.
Implica 3 procesos:
· Percibir: reconocer las emociones, identificar lo que sentimos y ser capaces de darle un nombre.
· Comprender: integrar lo que sentimos en nuestro pensamiento y conocer la complejidad de los cambios emocionales.
· Regular: dirigir y manejar las emociones de forma eficaz (tanto las positivas como las negativas).
Este tipo de inteligencia (IE), es la que interviene en las decisiones más importantes de la vida de una persona, y lo mejor de todo es que se puede aprender y desarrollar en cualquier edad.
Gloria Martí
De este modo, la educación, que debe orientarse al pleno desarrollo de la personalidad del alumno, debe complementar el desarrollo cognitivo con el desarrollo emocional.
La Inteligencia Emocional está cobrando mucha relevancia social, se está poniendo muy “de moda”, al constatarse en varias y diferentes investigaciones que el éxito personal y profesional no depende del CI (cociente intelectual), ni de las destrezas lingüísticas, ni de las destrezas lógico-matemáticas, etc. (al menos no sólo de esto), sino, en gran medida, de la capacidad para saber regular y utilizar tanto las propias emociones como las de los demás.
Por ejemplo, en el mundo laboral, es muy posible que el CI determine a qué tipo de profesión podemos optar, pero el éxito en la misma dependerá de la Inteligencia Emocional.
Ni el CI ni el rendimiento académico son buenos predictores de la productividad en el trabajo, ya que no dicen nada de cómo un joven es capaz de reaccionar ante las vicisitudes de la vida. Entonces la Inteligencia Emocional es una especie de “meta – habilidad”, que determina en qué medida podremos utilizar correctamente otras habilidades que tenemos, incluida la inteligencia racional.
La inteligencia emocional es básicamente, la capacidad para reconocer, comprender y regular nuestras emociones y las de los demás.
Implica 3 procesos:
· Percibir: reconocer las emociones, identificar lo que sentimos y ser capaces de darle un nombre.
· Comprender: integrar lo que sentimos en nuestro pensamiento y conocer la complejidad de los cambios emocionales.
· Regular: dirigir y manejar las emociones de forma eficaz (tanto las positivas como las negativas).
Este tipo de inteligencia (IE), es la que interviene en las decisiones más importantes de la vida de una persona, y lo mejor de todo es que se puede aprender y desarrollar en cualquier edad.
Gloria Martí
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